Recuerdo la
noche que te conocí, fue en pleno invierno en aquel bar.
Tocabas una
bella canción en un escenario que te quedaba chico.
Me pareciste
absolutamente bello, y me lleve tu voz cantándome al oído.
Desde esa noche disfrute escucharte varias
veces como una espectadora más.
Cuando pregunte
descubrí que esa voz a otra había entregado su corazón.
Aunque eso
no impedía que le pongas música a cada encuentro.
Ni que mis
ojos se posaran en tus labios como queriendo robarte un beso en cada estrofa.
Una noche
de tantas me perdí en tu sonrisa en un instante que fue eterno,
y desee tanto haberte conocido antes,
coincidir en un metro en París,
encontrarnos
casualmente en Madrid , sentarnos juntos
en el avión rumbo a Praga,
o
simplemente perderme en tu mirada en el parque España.
Nuestros corazones estaban en diferentes sintonías,
nuestros caminos luego estarían en distintas ciudades.
Sin embargo
la misma música sonaba tanto en Rosario como en Madrid.
Quiso el
destino que una noche las palabras promovieran un encuentro,
con un
vino como intermediario nos prometimos seguir hablando y conocernos.
Pero en
lugar de vernos encontramos variadas excusas para un desencuentro.
Sin embargo
aún guardo el instante donde te quedaste en mi deseo caprichoso,
Y aunque
suene raro tal vez desear aquello que no se conoce,
es de mortales desear lo que no se puede
tener.
Puede que
en otra vida lleguemos a conocernos o que solo nos encontremos en una canción.
Si esta es
la historia de un desencuentro sin dudas que es la mejor…
Ya que una sonrisa que puede despertar 260 palabras merece
bien la pena de conservar el deseo de que algún día le pongas música a nuestro
encuentro.